Caballeros del balón – EL PAIS Andalucía

Mi primera discusión económica se produjo por culpa de un botón enorme, arrancado de un abrigo de señora. Los niños del barrio componíamos todas las tardes dos equipos, y aprovechábamos la ausencia de coches en la calle Transversal de la Bomba, o la falta de agua en la inmensa piscina de la Cruz de los Caídos, o un descampado en los inicios de la Carretera de la Sierra. Hacíamos dos porterías con piedras y abrigos amontonados, invadíamos el aire con gritos, aquí, pásala, penalti, fuera, fuera, y nos echábamos abajo las rodillas.

Sigue leyendo en EL PAIS Andalucía – 07 noviembre 2009

1 Comment

  1. Abelardo Martínez el 11 noviembre 2009 a las 03:26

    Llevo en Valencia desde los 4 años, fue en el barrio «San Marcelino» donde crecí hasta los 12 años de edad que nos cambiamos a vivir al centro de la ciudad; a mi padre le habían ofrecido una portería (No de fútbol) en la zona más selecta de la ciudad. El cambio fue enorme, aquí ya no había campos, explanadas. San Marcelino era un barrio en medio de la huerta; cuando llovía sus calles no asfaltadas era un auténtico barrizal. Los niños salíamos de excursiones furtivas a visitar casas abandonadas de la huerta, a revivir antiguas leyendas que hablaban de locos, de personas malas que acechaban al que pasaba por allí, por eso siempre lo hacíamos en grupo y con piedras para aporrear a distancia aquellas casas abandonadas, esperando que de la nada saliera el hombre malo…

    Jugábamos al fútbol todos los días, al acabar por las tardes el colegio; en los años sesenta las modas, los hábitos del barrio siempre las ponía el kioskero. Cuando llegaba la época de las trompas(peonzas) todos como locos a disfrutar rompiendo las trompas de los demás, que descansaban en un círculo quietas esperando el tiro de gracia de otro trompa bien afilada.

    Despues el Kioskero, nos avisaba que ya era el tiempo de las canicas, todos ráudos a comprar caninas, hacer agujeros en el campo, es decir en medio de la calle y atinar; vamos, como un golf pero casero y sin palo. Despues los cromos, entonces nos sentábamos en los portales en la calle jugándonos unos a otros los cromos repes, golpeando el monton de cromos, ganaba el que hacía dar la vuelta al mayor número de cromos y se los quedaba directamente.

    Las dos únicas actividades que el kioskero no manejaba, aunque estaba ya resignado, eran las tellas (Jugar con un trozo de marmol, redondeado, intentar golpear a distancia la tella del compañero), ahí el kioskero no podía hacer nada, el marmol lo robábamos en talleres cercanos. Tampoco podía hacer nada en la epoca de los roces (Artilugio de madera, con una base, con cuatro rodamientos como ruedas, con un volante de una tabla que hacía de volante o timón y que empujado por nosotros mismos o por algún amigo, cogía velocidades de vértigo, yendo tu montado encima) Los roces, o rodamientos, los robábamos en la antigua fábrica de cervezas el turia, sita en San marcelino.

    Tampoco podía el kioskero, medrar en la época de los ganchillos (pequeños hierros doblados, en forma de cuña, que lanzados con gomas, escalabraban y herían a rivales).
    Los más espabilados del barrio, contrataban a otros chavalines para fabricar ganchillos para ellos. Los patrones pagaban con mercancía acabada; ellos solo ponían los materiales. Se cotizaban mucho los chavalines que además afilaban el ganchillo en sus extremos, era una garantía de escalabrar al contrario.

    No habían ordenadores, ni gimnasios, ni ludotecas, ni librerías, ni escuelas de futbol, no había nada, solamente había ilusión, ganas de vivir, imaginación y mucha picardía, que viendo como están los tiempos, era un valor en alza. Nunca supe quien era el verdadero impulsor de los calendarios, quien ponía fecha de llegada y clausura a nuestros juegos, nunca, pero los calendarios eran fijos, siempre se repetían. Se me olvidó comentar que el churro va, también tenía su espacio de tiempo en estos juegos infantiles.

    Ordenadores, actividades cerradas, niños en su habitación jugando con la Play, meriendas estresantes y en soledad…. ¡Qué tiempos aquellos!