25. Una sospecha personal

El detective notó que el cuadro de Delacroix había desaparecido del despacho de Felipe Salgado. El anticuario observaba con atención su rostro, la herida en los labios, las tiritas en la frente, el ojo tumefacto. Azaña miraba afligido hacia el vacío de la pared. El bodegón de Chardin, aunque fuese auténtico, no podía compararse con La libertad guiando al pueblo. Una botella, un vaso de agua, un cesto de frutas y dos bollos de pan, reunidos por la maestría de un pintor casero, no podían sustituir en su imaginación a la algarabía del pueblo que arriesgaba la vida en la calle defendiendo la bandera de su soberanía. Según la lógica de arzobispo exorcista, aquella ilusión combativa era una ofensa tanto para la Iglesia como para los mercados financieros.

Seguir leyendo en Publico.es – 22 agosto 2011