Vendrán a por todos

A Azaña le sentó bien dormir en compañía. Ningún paisaje es más bello que el cuerpo desnudo de los enamorados. Toñi estaba enamorada, dormía y respiraba a su lado con una confianza más bella que las dunas de Cádiz y las sirenas sorprendidas desde la lejanía por cualquier catalejo. El detective, después de vagar durante años por la soledad y el miedo a los ojos capaces de sostener una mirada, se descubría de pronto como un hombre partidario del número dos. Los maridos soberbios y las mujeres encanalladas le habían enseñado que un matrimonio podía ser más violento que un gimnasio de boxeadores y que el amor era un bar de alterne al que convenía entrar de tarde en tarde, con prisa y sin bajar la guardia. El desnudo de Toñi había tumbado sus prevenciones de un golpe certero. El golpe de sus ojos, la mirada sostenida de ella justo antes de que los párpados de la habitación, y las sábanas, y la almohada, y la vida, se cerrasen como un lamento dulce sobre la piel. Azaña había aprendido a entregarse y se sentía más libre que nunca.

Seguir leyendo en Publico.es – 27 agosto 2011