Una melancolía optimista

La democracia no debe olvidar su orgullo. Y para eso es necesario que recupere el sentido de su vocabulario. Es la precaución decisiva. Más que las alambradas en las fronteras, se trata de devolverle su sentido a palabras como libertad, igualdad, fraternidad y justicia. Y también a la palabra verdad. Por encima de los pliegues del cinismo, por encima de las ambiciones dañinas de los dogmas, por encima de todo lo que puede ser deconstruido en reconocimiento de cada perspectiva, la democracia debe recuperar su orgullo y escribir la palabra verdad, aunque sea con minúscula, porque así la escriben los que no quieren mentir. Creerse en posesión de la Verdad es peligroso, pero también ha resultado muy peligroso abandonar la voluntad de no mentir.

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