02. Una lista de testigos, en El misterioso caso de la política desaparecida

El bar de Toñi estaba vacío. Azaña saludó y buscó su mesa. No se detuvo en la barra para hablar con ella, porque sabía que iba a tardar muy poco en aprovechar la falta de clientes para sentarse a su lado y dar conversación. No sé por qué tengo que ahorrar palabras, protestaba, cuando Marta, la limpiadora, se reía de su verborrea y achacaba su fracaso matrimonial a la forma compulsiva que tenía de hablar. Lanzaba opiniones sobre todo, las miserias del mundo, los programas de televisión, el novio de la vecina o las ventajas del metro a la hora de moverse por Madrid. Bastante agobio tenía con la hipoteca del piso, el alquiler del bar y las facturas de los proveedores. Ya ahorro en otras cosas –se defendía–; en palabras no tengo por qué. Pues tu marido salió corriendo para no oírte, disparaba Marta. Fui yo la que lo dejé, bonita, para no seguir aguantando a un vago, muy parecido al tuyo, contraatacaba.

Seguir leyendo en Publico.es – 30 julio 2011