24. El arzobispo exorcista

Hacer inventario en una catástrofe supone consolarse con un recuento de supervivientes. Azaña se alegraba de que sus gafas hubieran salido ilesas al saltar por los aires de la habitación donde había recibido la paliza. Un ojo hinchado era menos grave para su mirada que unos cristales rotos. También había sido una suerte que olvidase el cuaderno negro en el hotel la fatídica noche del Club Carlos X. No es que sus anotaciones tuvieran importancia, pero la vida no es más que un apego a las cosas sin importancia. Hubiera sido otro dolor más que los matones le robasen sus pensamientos sobre el rey o sobre Ana Palacios. Esa mujer no se le iba de la cabeza.

Seguir leyendo en Publico.es – 21 agosto 2011