29. Una razón sin luces

Cuando llegó Azaña al bar de Toñi, quedaban todavía muchos clientes para presenciar la escena. Pero nunca se había visto tanta intimidad en un lugar tomado por la gente. El beso detuvo el tiempo, sosegó a las fieras, paralizó los circuitos de la máquina de café, levantó la espuma de las cañas y consiguió que las botellas de ginebra y whisky brillaran sobre la estantería como las luces de un transatlántico en la noche marina.

Seguir leyendo en Publico.es – 26 agosto 2011