La cuenta de don Ramón

El cielo de agosto empezaba a partirse en dos. Las ramas de los árboles y de los grandes proyectos miraban ya con un brillo fatigado de final de fiesta. Los periódicos, que apenas habían disfrutado de las vacaciones veraniegas, seguían echando humo. A cada hora se firmaba un acuerdo económico, se pactaba una medida financiera, se animaba a una estrategia bursátil o se imponía una negociación presupuestaria. El monstruo había renunciado a su descanso. Azaña sabía por experiencia que algunos monstruos no consiguen detener nunca el entramado de sus maquinaciones.

Seguir leyendo en Publico.es – 28 agosto 2011