Adiós a las armas

Mi padre, coronel de infantería, fue destinado a San Sebastián en los primeros años ochenta, cuando la barbarie terrorista vivía uno de sus capítulos más sangrientos. Pasé con él algunas temporadas en los cuarteles de Loyola. El anuncio que hace ETA de su abandono definitivo de las armas es, antes que nada, un motivo de inmensa alegría. Sé que resulta un lujo poder brindar hoy con mi padre. Pero creo razonable pensar que la satisfacción alcanzará a todos los que han sufrido una existencia marcada por la barbarie.

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4 Comments

  1. carmenlou el 24 octubre 2011 a las 18:28

    Pasé en Oiartzum los cursos 79-80 y 80-81. Podría decirse que «poco tiempo»; sin embargo, fueron años tan decisivos en mi vida que nunca he dejado de tenerlos presentes. Para lo malo, porque nunca me sentí tan cercada y asediada por las circunstancias…hasta el punto de rendirme a la evidencia de que mis pequeñas certezas se resquebrajaban y perdían por los desaguaderos de la intransigencia …y para lo bueno, porque de allí me traje algunos de los mejores amigos y amigas que la vida nos puede regalar. Por todos ellos y por las cicatrices que hemos ido suavizando a fuerza de respeto, valentía y lealtad incondicional, brindo también…



  2. Jorge Ampuero el 25 octubre 2011 a las 04:15

    Certera entrada. Un brindis por la poesía y la paz.
    Saludos desde Lima-Perú.



  3. Luis García Montero el 25 octubre 2011 a las 12:41

    Gracias por brindar conmigo.



  4. Emilio Bonilla el 8 noviembre 2011 a las 14:21

    Brindo con usted, y comparto desde la primera a la última letra escrita en este artículo, Sr. García Montero.
    Es el amor (y la posesía) quien da la paz a los hombres…