Una nueva ilusión

La historia nos ha enseñado ya una lección: el fin no justifica los medios. Ahora resulta urgente aprender otra: los medios necesitan un fin. Si no somos capaces de generar una nueva ilusión, un fin compartido, todo se convierte en una retórica hueca. La democracia, la política, las leyes y los ejercicios intelectuales, si se olvidan de la realidad última de un mundo injusto, son una máscara, un ritual de tecnócratas, las reglas de un juego cínico. A través de esa estrategia, el dolor y el desamparo ordenan la vida y ocupan el terreno que deja nuestra falta de decisión. La conciencia de la injusticia funda la verdad. La raíz de la sabiduría es el desprecio de la injusticia. Cuando olvidamos su raíz y su conciencia, la democracia nos mira con los ojos vacíos de una máscara.
Las utopías han trazado un camino lleno de trampas y de infiernos. En nombre de un futuro perfecto, los comisarios borraron el presente, las víctimas se convirtieron en verdugos y se negó cualquier límite propuesto por la ética. Fue entonces necesario sospechar del discurso de la Historia, de las coartadas sugeridas por el porvenir, y recordar que el presente es el espacio de la decisión, el campo moral en el que nos definimos como individuos. Frente a los pragmáticos, los profesionales del futuro y los nihilistas, hizo falta volver a hablar de valores. Aún a riego de ser desacreditados como moralistas o buenistas, parecía imprescindible recordar que el fin no justificaba los medios.
Pero la conversación ética de la actualidad se juega ahora en otro escenario. Los medios, controlados por el poder financiero, son el disfraz de la injusticia, la buena letra de la mentira, la niebla que oculta el paisaje. Son la nocturnidad que facilita el crimen. Uno lee las constituciones y parecen novelas de caballería leídas por quijotes que confunden la realidad y la ficción. Los derechos funcionan en la mayoría de los casos como supersticiones. La retórica de las leyes está hueca. Estamos tan mediatizados que es imposible mantener un diálogo directo con el mundo, con nuestro cuerpo, con nuestra conciencia. Somos sujetos virtuales, estamos separados de una experiencia real de la historia.
De ahí que sea urgente recordar ahora que los medios son una máscara cuando se separan de sus fines. La democracia es una palabra inútil si se separa de la libertad social de los individuos. La política se convierte en una farsa si no aspira de manera prioritaria a reparar las injusticias reales. Las leyes son meros protocolos de cinismo si no se comprometen con la justicia y con la igualdad. Y los ejercicios intelectuales fluyen como un simple espectáculo de diversión para las élites culturales -muy parecido en el fondo a la zafiedad de la telebasura-, si se despreocupan de la transformación del mundo y de los compromisos del ser humano con la vida. Asumir el pensamiento ético es decidirse a habitar la extensión que hay entre el paraíso y el infierno, entre la sublimidad sin olores reales y la pestilencia de los vertederos.
Más allá de todas las interpretaciones, hay que ser muy cínico para negar que la democracia, las leyes y las nuevas formas del saber se han acomodado a una existencia dispuesta a convivir con la injusticia. Conviene, pues, recordarles que no son un fin en sí mismas, sino un medio para llegar a un fin. Olvidadas de este fin, carecen de sentido, si no es el de servir como coartada y embellecimiento de la desolación.
Recordarle a los medios que no pueden desprenderse de su fin supone recuperar la voluntad de relato, destacar de nuevo la importancia de las ilusiones históricas. La experiencia obliga a no desentenderse del presente, a no descuidar los valores, a no separar el futuro del presente. Pero en tiempos de descrédito y de protocolos huecos, es imprescindible apostar por la ilusión, volver a la historia, quizás a aquello que Albert Camus llamó las utopías modestas. Quitarle grandilocuencia a las promesas supone vincularse éticamente con la realidad. Las ilusiones no tienen derecho a negar la realidad, pero sí a decidir sobre ella y a imaginar horizontes menos injustos. Las leyes, las políticas y la inteligencia humana deben volver a ser algo más que un protocolo.
El descrédito propone la renuncia. Los tiempos de descrédito son una invitación a la parálisis. Volver al relato, a la ilusión, a la historia, es regresar a la decisión, reclamar la soberanía ante las máscaras del poder.

11 Comments

  1. PEPE CRIADO el 26 marzo 2012 a las 00:44

    ¡Ole Luis, qué bien dicho! Y qué claro!



  2. Elisamaria el 26 marzo 2012 a las 00:55

    Pues sí, muy de acuerdo y muy bien dicho.
    Por mas oscuro que esté el panorama siempre hay esperanza si mantenemos la voluntad firme hacia la utopía.
    -¡Que no nos quedemos petrificados!-



  3. Mercedes Blanco López el 26 marzo 2012 a las 01:01

    ¡Luis García Montero for President! Sí señor.



  4. Kathy Molina Garcia el 26 marzo 2012 a las 05:52

    Que bien, ojála todas las personas fueran como tu, este mundo sería menos injusto mas bonito…¡Seria menos dificil el dia a dia y mas justo! A lo mejor vuelvan los principios y los valores q tanta falta nos hace. OLE TU!!!!



  5. Pablo Gutiérrez el 26 marzo 2012 a las 12:21

    Estimado Luis, desde que se ha llevado a término la perspectiva mercantilista de la finalidad periodística, el olvido de la labor social de la información ha quedado más presente que nunca. Y eso afecta terríblemente a los ciudadanos. Tanto que unos se mueven por fe mediática (adscristos a una frecuencia por sintonía política a modo de equipo de fútbol) y otros (llamémosles pescadores eclécticos) en un maremágnum de incertidumbre informativa que puede desembocar en el escepticismo más inoperante. Hoy en día la finalidad de los medios reside en acotar perfectamente su posible clientela, comprobar su arco ideológico y deformar la información para contentarles y ue consuman el producto. Por desgracia sé de lo que hablo.



  6. Txemi el 26 marzo 2012 a las 16:19

    Bueno, bien es verdad que en el fondo nuestra democracia es muy joven, pero parece ser que aunque sea poco a poco, vamos aprendiendo que esto solo se endereza desde la izquierda y acudiendo a votar, que es la mejor lección para nuestros hijos. Estoy encantado de verdad, y después de unos días desesperanzado, me han vuelto las mariposas rojas al estómago. Gracias a todos los que participáis activamente en todo esto, como lo haces tu,querido Luis.



  7. Daniel el 26 marzo 2012 a las 17:28

    Decirte que me ha encantado tu intervención en los actos poéticos de Coruña. Poco que añadir a tu artículo. Creo que sí, han existido muchas utopías perniciosas contra la ilusión, ese deseo de preservar la integridad. En el arte, así debería ser, no perder el deseo de comunicar, de ser social, preservar el hábitat y la condición inherente que nos hace ser lo que somos y no, aquello que quieren que seamos. El día que se apliquen factores poéticos y filosóficos en la política, tal vez estaremos salvados.
    Salud. Y es un placer leerte.



  8. Juan Campal el 28 marzo 2012 a las 19:17

    Simplemente: ¡Gracias, muchas gracias!



  9. JAVIER SANZ el 31 marzo 2012 a las 12:39

    Gracias Luis, por darme un hilo de esperanza entre tanto cinismo. Tus palabras desenmarañan mi cerebro en un tiempo de cadenas sociales y silencio.

    Un Abrazo



  10. John Gil el 6 abril 2012 a las 13:31

    Querido Luis,

    Es grato escuchar una voz que despierte las dormidas conciencias, nos hemos acomodado a creer que esta suerte de democracia que vivimos en nuestros tiempos es la única posible y no miramos mas allá. Gracias por poner voz a nuestra callada resignación y permitirnos por unos minutos el deleite de la franqueza íntima.

    Saludos



  11. Francisco Gala Pla el 17 abril 2012 a las 17:50

    Idea principal:
    ¿Para qué sirve la democracia?
    Resumen:
    Muchas oportunidades perdidas a lo largo de la Historia.
    Opinión personal:
    Hay que tener más cultura, hay que leer, estudiar, (yo el primero) para que «Una nueva Ilusión» se comprenda el contenido por la mayoría de las personas.

    Un saludo, F. Gala.