¿Una abdicación? ¿O una despedida de soltero?

Cada vez que veo a un español hacer el ridículo pienso en el FMI. No conviene darle armas al enemigo. Si enseñamos a los exprimidores nuestra condición de exprimibles, si recibimos a los que procuran estafarnos con alegría de corderos inocentes, nos convertimos en el mejor argumento de nuestra propia desgracia.

Quizás sufro una paranoia social, pero en cualquier caso los datos están ahí y las intervenciones de los banqueros y los responsables de la Troika no dejan otra salida. Aunque ya es insoportable la degradación económica y social de los españoles, con brechas sociales y con índices de pobreza inhumanos, cada vez que abren la boca es para pedir más sacrificios en salarios, pensiones, inversión pública y derechos laborales. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Hasta donde los españoles queramos. Mientras tanto, hacer el ridículo es un modo de dar información útil al enemigo, presentarnos en el mercado como carne de cañón.

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