Los lectores y sus libros
Las ferias del libro mezclan la literatura pública con las historias privadas. Por eso pertenecen sobre todo a los lectores que piden una firma y hablan de sus recuerdos. Conviene no desatender el valor simbólico de estos testimonios, que convierten en páginas de vida propia las palabras de unos autores afortunados.
Mi padre tenía la costumbre de leer en alto sus poemas preferidos. Con voz teatral, dramatizaba los tonos y las sílabas para crear efectos sentimentales en sus hijos. Le oigo todavía recitar la Canción del pirata, de Espronceda, y juro que le obedecían las nieblas, las banderas negras y los vientos. Daban ganas de ser pirata. Una tarde de verano, mientras rompía un castigo y saltaba por la ventana de mi cuarto para irme con la pandilla a jugar en las alamedas del río Genil, comprendí con exactitud lo que significaba romper el yugo del esclavo. Mi padre había creado efectos con su voz para que yo me pusiera en el lugar de Espronceda. Era un camino de vuelta, porque navegaba de regreso por las mismas aguas imaginarias que Espronceda había utilizado para ponerse en el lugar de su pirata. El caso es que gracias al nervio sonoro y libre de los versos aprendí el significado de la rebeldía y otras muchas cosas sobre el poder noble del amor y las cadenas humillantes del miedo.
Sigue leyendo en diario Público – 30 mayo 2010