La siesta

La siesta de los mayores es un territorio decisivo en nuestra educación sentimental. Son reparadoras las siestas que uno duerme, sobre todo en el verano, cuando las aspas monótonas del ventilador convierten la habitación en una sucursal momentánea del Caribe. Pero las siestas definitivas son las que duermen los mayores. Se cierran las puertas de las alcobas, cae el silencio y los niños tienen un trozo detenido de la tarde para ellos solos. Aprendemos la buena soledad, igual que la mala, en los rincones apartados de la vida. El mundo aparece de pronto como una cuestión particular, una inquietud propia, al margen de las decisiones y las órdenes ajenas.

Seguir leyendo en Publico.es – 24 agosto 2010