Lapidación, horca, silla eléctrica
Por el televisor de la cocina, mientras desayuna, mi hija Elisa se ha enterado de que hoy miércoles, 3 de noviembre de 2010, tal vez se cumpla la sentencia de muerte dictada contra Sakineh Ashtiani, la mujer iraní acusada de mantener relaciones sexuales con dos hombres después de la muerte de su marido. La locutora explicó que las presiones internacionales habían servido para cambiar el terrible castigo de la lapidación por la horca.
Seguir leyendo en Canal Sur Web – 3 noviembre 2010
Cuando impartí el taller de poesía en Picassent, no quise preguntar los delitos de la treintena de internos que colaboró en el libro «Poemas desde la prisión». Con el tiempo, en la prensa valenciana he ido reconociendo a muchos de ellos, conforme se iban celebrando sus juicios, comprobando que algunos de ellos tenían las manos manchadas de sangre.
La tónica general, era de personas que en un momento de arrebato y ofuscación mental, cometieron crímenes horrendos, de los cuales están pagando en prisión.
Lo que nunca pude comprender, es como friamente, al cabo de los meses o los años, un estado mas o menos civilizado(EE.UU) y algún otro menos civilizado, podían acabar con la vida de alguien en nombre de la Ley, tanto por crímenes más o menos horrendos, como por formas de pensar, inclinaciones sexuales ó supuestos adulterios.
La pena de muerte y quien la defiende, es un hecho que no tiene sentido ni explicación; repito, puedo comprender las reacciones humanas en un momento de arrebato, de locura; pero jamás al que friamente apreta un botón para segar la vida de una persona, bien sea en nombre de la ley, de las buenas costumbres o de la madre que les parió