Democracia sin gente
Pedro Salinas, uno de los grandes poetas del siglo XX, se ganó la vida como profesor de literatura. El votante perplejo recuerda con mucha simpatía una confesión de don Pedro: «La enseñanza está muy bien, si no fuese por la horita de clase». Después de valorar la importancia de la educación y la cultura en la sociedad, el humor de Pedro Salinas recalaba en el esfuerzo diario de una clase, justo después de comer, cuando la siesta muerde los talones. Los grandes ideales naufragaban en el mar pesado de una molestia menor.
Seguir leyendo en Publico.es – 18-05-2011