Los ahogados
Los ojos abiertos de los ahogados son una interrogación. Miran a la muerte, preguntan, piden explicaciones. Cuando la muerte ajena depende de nosotros, los ojos flotan para siempre en la memoria. Recuerdo a Albert Camus, vuelvo al punzante sentimiento de culpa de Jean Baptiste Clamence, el juez peregrino de La caída (1956). Un hombre se cruza con una mujer en un puente del Sena. De pronto la vida se condensa en unos segundos, en el vértigo de una decisión. La mujer es una suicida que se lanza a las aguas del río. ¿Qué hacer? El hombre puede desentenderse, quedarse quieto, seguir camino. Puede también lanzarse al agua, dar socorro a la vida que se pierde.
Seguir leyendo en infoLibre.es – 15 febrero 2014