Soledades
Sólo el desahuciado sabe lo que es un desahucio, pero en su soledad puede sentir el calor o el frío de los demás.
El sentimiento de soledad tiene un marcado carácter social. Sentirse solo es un modo de relacionarse, de saberse ante los otros, de definirse en el abandono o en la huida. Bajo el silencio de un solitario, en esa propiedad particular del corazón que forman las inquietudes más íntimas, caben las ciudades con sus calles y sus plazas, las carreteras con sus distancias, las noticias del mundo con sus periódicos, sus emisoras de radio y sus televisiones… y cualquier cosa que vuele por el cielo o que repte en el frío de un sótano.
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Gratificante, compañero Luis
Querido Luis, antes que nada espero te guste el post que te dedico en mi blog. el cual enlazo.
Cuando haces mención en el artículo, a la colección Haikus en el corredor de la muerte, publicado por Hiperión en 2015, referente a los Haikus escritos por los presos condenados a la pena máxima, donde tenían que expresar en tres versos lo que sentían ante su despedida del mundo, me han venido a la mente muchos recuerdos, salvando claramente las distancias.
Uno de mis libros publicados, es el fruto de una promesa que les hice a los internos de la Prisión de Picassent (La más grande de Europa), tras los talleres de poesía que les impartí de forma altruísta. Cada semana un compañero de prestigio en el mundo literario, me acompañaba en dichos talleres.
La semana de la clausura, me acompañó nuestro buen amigo Carlos Marzal y ante todos, un interno recitó un poema que nos dejó helados. Ese poema que tenía una calidad fuera de lo común, era el canto a la soledad de un hombre que tenía una grave enfermedad, la de la pederastia clínica, donde pedía a gritos que le castrasen ó ejecutasen de una vez, pues sus impulsos no los podía controlar, teniendo pánico de volver a las andades una vez libre. Aquel poema fue descartado por la dirección de la prisión para aparecer en el libro con los poemas escritos por los presos que yo debía seleccionar, por la crudeza del mismo.
Una noche, recibí en el teléfono fijo de mi casa, la llamada de una señora, estaba llorando. Era la madre del preso que había escrito dicho poema, pues su hijo desde la prisión le anunció por teléfono su inminente suicidio tras enterarse que su poema no iba a publicarse en el libro «Poemas desde la prisión». Me pidió desconsolada, que por favor moviera cielo y tierra, pues el poema publicado le podía salvar la vida a su hijo.
Al día siguiente me puse en contacto con Ramón Cánovas, el entonces director de la prisión, indicándole que si no iba el poema publicado, mi editorial no publicaba el libro, ya que le prometí a una madre desconsolada que finalmente se publicaría, contándole obviamente los pormenores de la llamada.
El poema no se publicó, pues los psiquiatras así lo recomendaron, ya que con el tiempo igual tenía cura el mal de aquel hombre, pero aquel libro siempre le recordaría aquella etapa; eso sí el director me prometió que desde ese momento, seguirían a aquel preso de forma especial, tanto para evitar el suicidio como para tratarlo de forma eficaz.
La mujer y su hijo entendieron aquella decisión.
El día de la presentación del libro, en el diario Levante en Valencia, cuando estaba firmando ejemplares, una señora mayor me abrazó; era aquella mujer que no conocía. Me dijo que desde que me hizo la llamada, su hijo había cambiado, lo estaban tratando psicológicamente de forma periódica, con un programa de especial seguimiento; la mujer había recorrido cientos de kilómetros solo para abrazarme, para darme las gracias, pues su hijo estaba animado y con proyectos para cuando terminase la condena.
Aquel libro, habla de soledades compartidas y sin compartir, de gente igual que nosotros que cometió un error en su vida, el cual le salió muy caro.
Ese mismo año, en la feria del libro de Valencia, Mauricio Romero, narcotraficante colombiano, cumpliendo condena de doce años en Picassent, se convirtió en el primer preso en la historia de la literatura en firmar ejemplares de un libro en una feria. Aquel hombre que en su día despreciaba la vida de los demás y que gracias a la lectura, a la poesía se reinsertó, fue elegido para firmar a mi lado en la caseta de la organización ejemplares de su libro, el libro que había escrito con sus compañeros de presidio. Salió libre por unas horas, junto a otros cinco presos, sin grilletes, sin Guardia civil, junto a familiares y amigos desplazados desde muy lejos, para vivir en primera persona el milagro que a veces produce la literatura.
Moví cielo y tierra con instituaciones penitenciarias, con el ministerio del interior, pero la promesa que les hice en dichos talleres se cumplió.
Luis, compañero, ese es el mayor premio que podemos tener como escritores, hacer feliz a alguien, aunque sea un rato. Abrazo.
Un abrazo, Abelardo. Es verdad, buena historia y buen compromiso
ABELARDO , LA HISTORIA QUE CUENTAS ES FANTASTICA , TE HONRA TU DEDICACION ALTRUISTA A ESAS PERSONAS QUE EN ESTE PAIS YA ESTAN DESAHUCIADAS SOCIALMENTE PORQUE NO SOMOS CAPACES DE IMPRIMIR A UNA PRISION LA FINALIDAD DE REINSERCION QUE MARCA LA CONSTITUCION.
CONOZCO EL FUNCIONAMIENTO DE LAS CARCELES Y SINCERAMENTE NO SOLO DEJA MUCHO QUE DESEAR SINO QUE A VECES EL TRATO ES CUANDO MENOS CORRECTO. FUE UN PLACER LEERTE AL IGUAL QUE A LUIS QUE HIZO UN ARTICULO MARAVILLOSO
Estimada Begoña, el artículo de Luis es maravilloso, escrito con esa prosa que en nada envidia a su poesía, que ha sido el hilo del comentario que hice aquí. Te agradezco de corazón tus palabras, un fuerte abrazo amiga.
Luis, gracias como siempre, poeta.
Simplemente, gracias…
Creo que, si hay algo que puede curar una mente del salvajismo, es la literatura. «Leer, leer, leer»… que decía Unamuno. Leer para no sentirnos solos, escribir para encontrarnos…
Ayer encontré este sitio por casualidad, reconozco que nunca antes te había leído, Luis. Ha sido una grata sorpresa, y eso es lo que más me ha gustado.
Vaya muy bien.