Una democracia comprada en los chinos

Mucho se ha escrito sobre la erótica del poder, una dinámica ardiente que seduce al brillo de la potencia y empuja al poderoso a caer en la prepotencia. Pero la verdad es que resulta mucho más fácil, al ocupar un cargo de responsabilidad, caer en la impotencia. La democracia es un producto muy caro. Para ser decente y justo, para cumplir la ley y evitar injusticias, hace falta tener mucho dinero. Cuando se identifica la democracia con el derecho a una buena sanidad, una educación igualitaria y una legislación laboral digna, las inversiones públicas se convierten en una exigencia económica muy alta. Frente a una factura democrática, los mecanismos del Estado suelen convivir con las carencias y necesitan, además, evitar remedios particulares que supongan un precedente discriminatorio.

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