Cuando la política se nos va de las manos
Después de la lluvia y el frío, se agradece una mañana con sol de invierno. Veo mientras desayuno las grandes nevadas que regala la televisión, los ríos helados, las carreteras peligrosas, y agradezco la paz de la plaza que duerme a los pies de mi ventana. Juegan los perros y sus dueños, una pareja vigila el columpio y la temeridad de su hijo, un grupo de desocupados esconde en corro su condición de mendigos, dos ancianos toman el sol sentados en un banco. Veo otro banco libre, siento unas ganas pacíficas de bajar a sentarme.
Ocurre que no sé muy bien sobre lo que escribir. Hay días en los que la dificultad consiste en elegir un asunto entre diez exigencias; en otras ocasiones, se levanta uno sin sentir nada de interés que llevarse a la boca o a las manos. Pero lo verdaderamente grave es encontrarse con muchas cosas de interés sin contar con boca o manos para entrar en materia. Después de asumir una envidia ligera de los que lo tienen todo claro, parece obligado admitir la perplejidad, el callejón sin salida, las falta de respuestas. ¿Quién pudiera sentarse bajo el sol de invierno?
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