Una democracia enferma

 

La falta de pudor es uno de los síntomas más inquietantes de la sociedad en la que vivimos. La falta de vergüenza propia y la conversión de la vida pública en un estercolero son dinámicas que hermanan la escena política con las audiencias de televisión que convierten en un circo cualquier cosa, desde una historia de amor y seducción hasta el aprendizaje de un oficio. La condición de concursantes define nuestros pasos a la hora de sentir la vida.
¿Pero qué premio pensamos obtener? Quizá el de formar parte del ruido, el de enmascarar nuestra insignificancia o el de engañarnos y creernos libres a costa de darle rienda suelta a todos los pecados capitales. Soportamos un fascismo televisivo de ida y vuelta. La gente es invitada a vomitar en la vida pública sus miserias privadas como mecanismo perfecto para que el estercolero exterior se apodere del cuarto de estar y la cocina de cada domicilio. La virtud pública y el pudor han desaparecido junto a nuestro sentido de la vergüenza.

 

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