La vida tiene perdón

Hace ya muchos años, mientras mataba el tiempo en la estación de Córdoba, me fijé en un hombre mayor que miraba el paso de los trenes con un niño de la mano. A la semana siguiente volví a verlo. En aquella época siempre había algún motivo que me llevaba a Córdoba. El hombre se acercó, saludó, hola, me llamo Salvador, este es mi nieto, y lo he reconocido a usted porque ayer estuve en el acto que hizo con Enrique Morente. Se acostase tarde o temprano, el abuelo recogía a su nieto pequeño todas las mañanas y lo llevaba a ver los trenes.

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