Contarse la vida

Todo extranjero tiene derecho, por lo menos una vez, a contarnos su vida. Eso lo afirmaba Baudelaire, y al leerlo yo le di enseguida la razón, convencido de la curiosidad ante lo que se desconoce y de la importancia de darse a conocer. Con el paso de los años y de la misteriosa complejidad de las rutinas, he valorado cada vez más la necesidad de contarnos la vida, aunque llevemos mucho tiempo juntos. Los corazones y los ojos de siempre cambian con inevitable frecuencia, hasta definir de manera flexible la geografía de la palabra ahora. No se olvide que el óxido y el estancamiento son también formas de cambio. Somos extranjeros de nosotros mismos, por lo que no viene mal preguntarse, aprender a escuchar y a decir, a escucharnos y decirnos. En público o en privado, en una mesa de bar o en el micrófono de un congreso, conviene contarnos la vida si queremos hacernos una idea del yo, el tú y el nosotros.

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