El derecho a la admiración

Cada vez que entro en las redes sociales y veo el estiércol de odio que las infecta, me alegro de cultivar el derecho a la admiración. Después de entretenerme con los insultos, las calumnias y los desprecios, no me preocupo mucho por los ofendidos, sino por los que ofenden, condenados de por vida a participar en una comunidad a través de las falsedades y el rencor. Es un modo de negarse a sí mismos, de vaciarse por dentro, para desconocer el sentido de su propia identidad. En vez de entrar en una red pública para esperar el consejo de un artículo o la opinión de alguien admirado, se sumergen en la ira y en el vértigo de condenarse a la rabia y la enemistad. El hecho de tener enemigos es la única justificación de su existencia.

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