La política del consumo o vota porque te duele un pie
La Santa Navidad empieza a finales de octubre. Aparecen los primeros juegos de luces, los anuncios de televisión se vuelven más locos que nunca, los comercios preparan sus mercancías y las familias se llaman para preguntarse en dónde les toca la cena del 24. Lo de menos, claro está, es que nazca un niño dios. Por eso la celebración se convierte en una larga temporada comercial.
Las conversaciones sobre el carácter mercantilista de la Navidad no tardaban mucho en aparecer hace unos años. Fueron una moda. Cuando la sombra de los sentimientos cristianos ocupaban un lugar en nuestras vidas, la verdad es que era un poco paradójico ver convertida la historia sagrada en un templo tomado sin pudor por los mercaderes. Ya nadie se extraña porque Dios brilla aquí por su ausencia. Después de todo, si su muerte es un espectáculo costumbrista para el turismo, una celebración sin respeto, por qué vamos a privarnos de convertir su nacimiento en unos grandes almacenes.
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