Europa, 1789
El comprador me llamó por teléfono y me volvió a pedir un precio. Como no consiguió convencerme, dijo que se pasaría por la casa este domingo para que la viéramos juntos. Los deseos urgentes, afirmó con ironía, no saben ya de horarios…, ni días de fiesta ni vacaciones. Supongo que confiaba en su poder de persuasión, en los compromisos que provoca un trato personal y en todas las deficiencias que resulta difícil ocultar en mi vida. Así que me levanté, desayuné y me puse a esperar, mientras leía en el periódico las noticias de Afganistán, las tristezas de las fronteras y el rumor de un mundo en el que brotan los malos altares, los tribunos, los nuevos imperios, las viejas naciones, las brechas y los latidos fanáticos.
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